No soy el que era, pero sé quien soy.

jueves, 14 de marzo de 2013

A veces tiempo es lo único que necesitamos...




“Llevamos ya tres meses encerados, tres meses en los que no hemos visto la luz del sol. Somos alrededor de 3000 personas encerradas bajo tierra, bajo lo que antes fue nuestro pueblo, nuestra nación. Antes nuestro país era libre, no dependíamos de nadie. Ahora todas las mañanas oímos como caen bombas encima de nuestras cabezas. Todas las mañanas oímos los aviones volar por lo que, en estos momentos, será un cementerio de valientes. Llevamos ya tanto tiempo oyendo eso, llevamos tres meses tan aterrorizados, que ya no me extraña nada. Si en este mismo instante salgo fuera y  no me encuentro nada. Si saco la cabeza de este gran bunker subterráneo, por mucho horror que me encuentre, nada me extrañará, nada”.
Vivíamos tiempos difíciles, vivíamos en un tiempo en el que sabíamos perfectamente que la guerra iba a estallar de un momento a otro. Pero nadie se la esperaba tan pronto. Creíamos tener el tiempo suficiente como para arreglar todo. Tiempo. Eso es lo que siempre falta, tiempo.
Un día como otro cualquiera estas trabajando, estas en la construcción haciendo lo mismo de siempre, tarareando una canción mientras colocas un ladrillo encima de otro. En ese momento suena un pitido, un ruido y un follón de alarmas de todo tipo. Para cuando me dio tiempo a reaccionar, a saber qué era lo que sonaba, ya había aviones enemigos sobre nuestras cabezas soltando explosivos encima de nosotros. De la construcción, de mis conocidos, solo 50 llegamos a alcanzar el bunker a tiempo. Tiempo, eso es lo que faltaba.
El tiempo que transcurrió desde que saltaron las alarmas de mi pequeña ciudad hasta que se cerraron las puertas de bunker fueron solo 30 minutos. En 30 minutos tan solo 4800 personas consiguieron alcanzar las puertas de su salvación. Fui testigo de los golpes de aquella gente que no tuvo tanta suerte, que no corrió tanto o tardó más tiempo en alcanzar el bunker. Desde dentro se escuchaban los lamentos de aquellas personas que se hallaban fuera, golpeaban la puerta, las paredes. Pero ya estaban cerradas, y no se iban a abrir.
Cuando el silencio inundo el exterior, todos los que nos habíamos conseguido salvar nos dimos cuenta de que nadie hablaba, que no se oía ningún ruido dentro de lo que sería nuestro hogar por bastante tiempo. La primera noche, la primera noche fue la peor. Había gente herida, pero nadie se preocupaba por sus heridas o por las de sus familiares. Esa noche todos mantuvimos el silencio que se había creado.
Los días siguientes fueron sombríos y horrorosos. Nade hablaba, nadie comentaba tan solo estábamos, tan solo nos preocupábamos por vivir. Poco a poco, a la semana del pitido de las alarmas, ya nos habíamos intentado organizar mínimamente bien. Los doctores o cualquier persona que supiera algo de fines médicos o de medicina estaban ayudando y curando las heridas de las personas que habían sufrido daños. No teníamos muchos recursos, pero con los pequeños botiquines y demás arreglos caseros conseguimos arreglarnos.
Todas las mañanas, cuando el sol se filtraba por el sombrío y oscuro lugar en el que nos hallábamos, me levantaba y me quedaba sentado en la manta que era mi cama. Alzaba todos los días la vista al cielo y oraba a Dios. Todos los días sufríamos pérdidas, alguien moría cada día debido a sus heridas infectadas, la edad, el esfuerzo o los escasos recursos que poseíamos. Era muy duro ver a tu alrededor como gente que había luchado contra todo, gente que lo había dado todo por salvar la vida de otros, regalaba su vida. El primer mes fue duro, muy duro, nadie estaba acostumbrado, y nadie antes de que esta guerra comenzara, se había esperado este final. Al final de nuestro primer mes bajo tierra quedábamos 3600 personas vivas.
En ese bunker no había más que almas muertas. El cuerpo estaría vivo, pero nuestras almas habían muerto hace tiempo. Nadie tenía esperanza, nadie esperaba nada más que su muerte. El espacio que teníamos que compartir era muy grande, teníamos espacio de sobra para todos, pero siempre nos sentábamos juntos, dormíamos juntos y hablábamos en pequeños grupos y casi susurrando. El miedo albergaba nuestros corazones, nada más había en ellos.
Me acuerdo bien de un día, el día numero 57. Ese día, reinaba un silencio sepulcral. Todos estábamos haciendo algo, pero nadie comentaba, nadie hacía ruido. Todos éramos sigilosos. Yo me encontraba reconstruyendo los desperfectos de las paredes cuando una voz habló, pero no en un susurro, habló alto, para que todos pudiéramos escucharla. Tan solo dijo: ¡Hey! ¡Escuchadme un momento! Me giré para ver quién había hablado, y descubrí a una niña de unos 14 años subida a una montaña de sillas apiladas. Todos nos giramos hacia ella y nos quedamos en silencio para escucharla. Dijo:
“Llevamos ya 57 días aquí, como todos sabréis. Estos han sido los 57 días más largos de mi corta vida. Muchos de aquí habéis vivido más, otros menos, pero a todos se nos han hecho eternos. Llevo 8 días reflexionando el por qué, y ya he encontrado a causa: cuando esperamos algo, el tiempo se detiene y transcurre lentamente. El tiempo nos controla a todos. Estamos esperando la muerte, no una forma de salvación. Todos los días cuando los aviones descargan los explosivos sobre nuestras cabezas, nadie está esperado un milagro, todas nuestras cabezas están esperando a que alguno caiga de alguna forma estratégica y vuele el bunker por los aires. Ese es nuestro problema, creemos que la esperanza ha desaparecido de nuestras vidas. ¿Pero sabéis que? ¡Que no es cierto! La esperanza es lo último que se pierde. Somos una nación, somos un pueblo lleno de gente que antes vivía. No estamos condenados a mantenernos bajo tierra eternamente, nosotros hemos creado nuestra propia condena. Cada minuto que paso aquí dentro me hace ver que somos unos cobardes, hemos preferido quedaros aquí durante 57 días, con poca comida agua y recursos, que salir ahí fuera con lo poco que tengamos hacer frente a aquellos que nos intentan dominar. ¿Qué nos ocurre? ¿Dónde está la gran nación que tiempos atrás venció a estos mismos hombres en combate? Antes estábamos preparados y fuertes, teníamos un plan para ganarlos ¡Y lo hicimos! Les vencimos en su momento, ¿por qué no ahora? ¡¿Por qué no lo volvemos a hacer?!”
Un silencio siguió a este pequeño discurso. Nadie hablaba, nadie se movía. Simplemente pesábamos, reflexionábamos sobre esas palabras.
“¡¿Quién quiere salir de aquí de una vez?!”- gritó la chica.
Ninguna persona levantó la mano, nadie hizo ningún gesto de apoyo. Ni yo, yo tampoco.
“No voy a quedarme esperando toda mi vida, algún momento tendré que vivir. No voy a gastar mi vida encerrada en un bunker por unos simples aviones.” 
Se bajó de la pila de sillas que había construido y se sentó en un rincón. Se echó una manta sobre su cabeza y se durmió.
Era ya de noche y es cuando comencé a reflexionar sobre lo que había dicho la niña. Sería una simple adolescente con ganas de vivir su vida, pero tenía más razón que nadie. La esperanza no se pierde, nunca se pierde, y la esperanza es todo lo que en ese bunker se había perdido. Era una locura salir ahí fuera y luchar sin más, una auténtica locura. Pero no era imposible, los imposibles no existen. Ahí fuera no había más que unos 5000 hombres, 5000 hombres armados que habían asustado a una nación entera. No era posible, no era real. Algo habíamos hecho mal.
“Hace 67 años nuestro pueblo era en realidad una gran nación. No éramos los más poderosos, pero teníamos lo que queríamos y necesitábamos para vivir. Pero no vivíamos en armonía.
En nuestras tierras se hallaban las minas de oro más importantes del continente. En el país vecino las minas de petróleo más grandes de toda Europa. Siempre ha habido rivalidad entre los dos países, siempre. Por medio de tratos y tratados de todo tipo convivíamos compartiendo de alguna forma nuestros bienes, pero no existía ninguna unión entre las naciones vecinas.  Hace 67 años, el 5 de septiembre, nos atacaron, nos atacaron con todas las armas que poseían y co todos los hombres que estaban dispuestos a luchar. Pero nuestra situación estratégica entre las montañas nos permitió contraatacar. Nos ganaban en número y en armamento, pero nosotros éramos un pueblo unido. Estábamos unidos entre nosotros, teníamos esperanza. Les hicimos huir de nuestro pueblo, les vencimos siendo inferiores en todos los aspectos”.
Todo esto ocurrió cuando yo ni siquiera había nacido, pero en todas las escuelas se cuenta con orgullo nuestra victoria. Se dice que la unión de nuestro pueblo hizo que el ser inferiores no importara. Nosotros éramos uno, ellos eran una nación dispersa. ¿Qué es lo que nos faltaba en estos momentos? ¿Cómo habían conseguido entrar en nuestra ciudad? ¿Cómo habíamos sido vencidos de esta forma tan sencilla? Fácil, ya no somos un pueblo.
Llevamos ya tres meses encerados, tres meses en los que no hemos visto la luz del sol. Cuando estos tres meses se cumplieron hicimos recuento de las personas que quedábamos todavía vivas, 3000, solo 3000. El momento en el que la cifra se dijo, una sombra pasó por todos los rostros de los presentes. No necesitábamos hablar para saber lo que pensábamos. 3000, 3000 quedábamos.
Ya llevamos seis meses, seis malditos meses en los que nadie se ha atrevido a salir. Hoy es el día de mi cumpleaños, y no lo pienso pasar aquí dentro. Me coloqué de nuevo en la pila de sillas que anteriormente, meses atrás, había construido para hacerme oír. Nadie me escuchó en ese momento, nadie. Ahora me escucharán, y si no lo hacen, tendré que tomar yo la iniciativa.
Estaba todavía tumbado en la manta que había servido de cama durante estos meses cuando vi a la chica que nos habló subiéndose de nuevo a las sillas apiladas. Nos tendría que decir algo, y mis oídos sí que estaban ya preparados para escucharla.
“¡Escuchadme!” – su voz resonó entre las paredes y el techo- “ habéis tenido el tiempo suficiente para pensar, para abriros, para prepararos a escuchar. Hoy es mi cumpleaños, hoy cumplo 16 años, y no pienso pasar ni un día más aquí dentro. Tenemos armas, no muchas, pero tenemos. Tenemos hombres, están débiles, lo admito, pero los tenemos. Y tenemos lo más importante, tenemos la unión como pueblo. ¡Tenemos esperanza, no la hemos perdido! ¡Buscadla en vuestro interior! Una parte de vuestra persona quiere salir de aquí, quiere volver a ser como antes. ¡Hagámoslo! Es una locura, sé que es una locura salir de aquí ahora mismo, y siendo inferiores, intentar echar a los ofensores de esta ciudad. Sé que es una locura, pero prefiero morir haciéndola que morir aquí por falta de alimentos, aire o higiene. No quiero morir por la edad, no quiero vivir toda la vida que me queda aquí encerrada. ¿Quién está conmigo? ¿Quién quiere hacer esta locura con tal de escapar?”
Me sorprendí a mi mismo levantando la mano, me levante sin pensarlo del suelo y me dirigí a ella. Miré a mi alrededor y todos los presentes estaban levantando las manos. 
“¿A qué esperamos? ¡Coged las armas que encontréis! ¡Tomad el valor que se haya en vuestro interior! Preparaos, porque hoy saldremos de aquí. ¡Hoy conseguiremos la libertad!” -una gran sonrisa inundó su rostro, al igual que el de todos los presentes.
Cuando todos estábamos armados nos colocamos delante de las puertas que llevaban a medio año cerradas. Antes de hacer ningún movimiento rezamos a Dios todos juntos con el corazón, para que nos ayudase. Miré a mi alrededor:
Mi arma consistía en una barra de metal. Había hombres con armas de fuego, otros con lanzas, flechas y armas primitivas. La chica que nos había unido solo lleva un hacha. En el momento en el que todos pronunciamos: “Amén”, los chicos situados a ambos lados de la puerta descorrieron los cerrojos. Con un golpe fuerte se abrieron las puertas y las primeras filas de hombres comenzaron a correr. A la vez gritamos: “¡Por la libertad!”
Lo hemos conseguido. El brazo me arde, tengo algo clavado, creo que tengo alguna costilla rota y la sangre corre por toda mi cara. Todos aquellos que se hallaban prisioneros en otros bunkers por la ciudad han sido liberados. A mi alrededor solo quedan hombres con satisfacción en su rostro. Lo hemos conseguido, vencimos.
Ya han pasado 30 años de aquella batalla, desde entonces nuestro país ha estado en paz. No sufrimos demasiadas pérdidas, aunque el descenso de la población fue importante. Todos aquellos que luchamos en ese conflicto lo recordamos como un gran triunfo. Todos lo recordamos como el día en el que recuperamos nuestra libertad. Me acuerdo bien de todo lo que ocurrió en esa pequeña guerra. Me acuerdo de cómo salimos, los 3000 supervivientes de aquel bunker. Me acuerdo de cómo luchamos contra los oponentes. Me acuerdo de que me golpearon muchas veces, pero no me importaba. Estaba cegado por el sueño de la libertad. Estaba cegado por proteger a los demás. Me cuerdo que vi a la niña, a esa mujer que consiguió que saliéramos de ahí. Estaba luchado como podía con un oponente…
Me ha acorralado en una esquina, no voy a poder seguir. El brazo me sangra por distintas pares y alguna costilla rota. Mi pierna derecha no soporta mi peso, y este soldado es demasiado fuerte. He visto a mi hermana mayor morir, he visto como rebanaban el pescuezo a mi padre. No, no me rendiré. Siento el frío contacto del metal sobre mi piel. Pero con un movimiento rápido me libro del cuchillo. Corro con tal de terminar con la vida de ese soldado, ya no puedo más, si he de morir, que no sea en vano. Me acerco con todas las fuerzas que me quedan y con el hacha en alto. Grito: ¡por nosotros! 
El golpe de mi hacha no llega a suceder. Cuando miro para abajo una gran mancha de sangre cubre mi camisa. Ya sin fuerzas suelto mi arma y caigo para atrás en la hierba. El mundo comienza a tambalearse, pero alguien me sujeta la cabeza.
Me acuerdo de cómo cayó, de cómo aquel soldado la había matado. Con gran ferocidad me levanté contra ese hombre y le grité: “¡Ella nos dio esperanzas! ¡Ella nos llevó a la libertad!” con un golpe sordo el soldado cayó al suelo, inconsciente. 
Me acuerdo de mi primer sentimiento de felicidad al vencer. Debería haber gritado, saltado o haber hecho algún gesto de triunfo, pero me agaché al lado de la niña, todavía su pequeño corazón latía débilmente. Me acerqué a su oído y la dije:
-Hemos vencido, hemos vencido gracias a ti. Gracias, simplemente: gracias.
Gracias. Eso es lo que me ha dicho: gracias. Lo han conseguido, lo hemos conseguido. Nos hemos salvado. Con una sonrisa en la cara, y con una gran felicidad en mi interior, el mundo se me oscurece y caigo al vacio. 
Lo hemos conseguido.


jueves, 7 de marzo de 2013

Mi imaginación y yo...

 Estoy aquí, esperando en la sala de espera del dentista. Esa sala cuadrada que tan poco me gusta… todos nos sentamos alrededor de una mesa, pero ninguno habla. Cada uno hace lo que quiere menos hablar: chatea con el móvil, juega con él, lee… No sé para que nos sientan en círculo, nadie se comunica.
 Justo a mi izquierda el asiento está vacío, la señora que lo ocupaba se ha ido al baño supongo...
Otro sitio más a la izquierda está una madre que no deja de cambiarse de sitio. Lleva esperando media hora a que su hija salga, y está estrada. Ha llamado dos veces por teléfono para hablar con el que supongo que sería su pareja o marido. Hablaba del examen de matemáticas de su hija, de los fallos tan gordos que ha tenido. No para de mover sus manos y de tocarse el pelo. Me está estresando a mí.
Sentados el sillón hay un chico de unos 15 años tan aburrido como yo. Está con su blackberry, su padre se ha marchado a poner el ticket del coche.
Mi padre es el siguiente, está enfrente de mí jugando con el móvil a alguno de sus juegos viciosos.
En una pequeña mesa para niños pequeños hay dos hermanos de 16 o 17 años que están preguntándose la lección mutuamente, se ríen y se deben llevar muy bien. Ahora están cantando bajito la canción que está sonando en su reproductor de música, comparten auricular. 
Mientras todo esto ocurre a mi alrededor yo debería estar estudiando, pero en lugar de eso estoy mirando por la ventana, miro como llueve.
Las gotas de lluvia recorren el cristal. Elijo una de esas gotas y la animo para ganar la carrera, para llegar la primera al marco de la ventana. Me encanta cuando llueve, me encanta oír el sonido de las gotas de agua en los cristales, me gusta coger el paraguas y cubrirme con él. Me imagino ahí fuera, empapándome con la lluvia. Me imagino dando vueltas y corriendo por la calle mojándome toda la ropa las nubes blancas son muy aburridas, todas iguales. Veo las nubes negras y a lo lejos se ve un rayo seguido, a la nada, de su trueno correspondiente.
Vuelvo a mi libro de lengua y comienzo a leer la siguiente pagina. No me apetece nada estudiar, no me apetece estar en la consulta del dentista… seguro que me ponen otro aparato. Comienzo a leer la parte que habla sobre el teatro antiguo, pero mi mente no está leyendo, mi mente está fuera, en la calle…
“Siento el pelo mojado pegándose a mi cara. Siento las gotitas de agua corren por mis mejillas, siento toda la ropa empapada pegada al cuerpo. Pero siento más, siento la necesidad de correr, y lo hago. Comienzo a correr esquivando a la gente que hay por la calle, cuando llego al cruce más cercano cambio de dirección y sigo corriendo. No sé por qué corro, simplemente lo hago, sigo corriendo. Los coches me salpican al pasar, me siento totalmente llena de lluvia, agua y barro, pero nada importa, mi sonrisa de la cara no se borra por nada del mundo. A lo lejos veo un parque y pienso: “perfecto”. Al llegar al parque todo se transforma, comienzo a bailar y dar vueltas entre los árboles. En este momento el mundo es mío, nadie me lo va a arrebatar.
Cuando me quedo sin aliento debido a mi carrera anterior me siento en un banco y río, río con ganas al saber la tontería que acabo de hacer”.



Vuelvo al mundo real cuando mi padre me pregunta sobre mi examen del día siguiente. Le respondo y vuelve a continuar jugando con su móvil. Mi imaginación comienza a hacer de las suyas y tiene una grandiosa idea:
“Ahora me encuentro en una carrera, estoy en la línea de  salida. Ya he corrido esta carrera otros años, pero esta vez voy a ganar, a por todas. No me he colocado muy bien en la línea de salida, pero espero recuperarlos pocos metros en la carrera. Justo antes de que comiencen la cuenta atrás una amiga me coloca delante de ella, en primera fila. Apenas tengo tiempo para responderla cuando el juez empieza a decir: “tres, dos, uno…”.
PIIIII! Mis piernas de pronto se ponen en marcha y comienzo a correr como una endemoniada. Comienzo con un sprint y adelanto a todos aquellos que están delante de mí. Cuando termina la primera recta es cuando se me ocurre plantearme que quizás he corrido demasiado, que las fuerzas se me van a agotar, pero eso no hace que deje de correr, sigo corriendo. En la primera curva ya solo hay una chica delante de mí, todas las demás corredoras están detrás. Me saca muchos metros, pero aún así intento alcanzarla.
Ya solo quedan unos doscientos metros para que termine la carrera, pero yo no puedo más, mis piernas corren inconscientemente, porque mis pulmones se sienten morir. Pero no me rindo, no soy de esas. Entonces, cuando ya estoy en la recta final oigo pisadas justo detrás de mí. A los dos segundos de oírlas, dos chicas me adelantan, me adelantan rapidísimo y no consigo mantener el ritmo para ganarlas. Ya estamos en la recta final y es cuando pienso: “has corrido segunda durante toda la carrera, lo has conseguido, has ganado, aunque no estés en los tres primeros puestos”. Y con las últimas fuerzas que me quedan hago el sprint final. Antes de llegar a la meta se oyen gritos por todas partes, gente que me anima. Veo la línea de meta y…”.


La señora que hay a mi izquierda comienza a moverse por la sala de espera. Todos la miramos con cara de: “¡Siéntese y tranquilícese ya por favor!” pero nadie lo dice. Mi cabeza vuelve a su mundo. Mañana tengo examen y voy a suspender, pero ahora no me apetece pensar en nada…




“Al entrar en contacto con el agua mi piel se tensa está helada. Para calentarme un poco comienzo a nadar. Mis brazos rompen el agua cortantes, me deslizo, no lucho con ella. Hago dos largos más antes de sumergirme por completo y salir para respirar. Todos mis amigos todavía están fuera sin decidirse a meterse en el agua. Les grito que está un poco fría, pero que está bien. Pero nadie se tira. Me sumerjo de nuevo, bajo el agua no pueden verme y aprovecho para mirarle. Tengo muchos chicos y chicas a mi alrededor pero bajo el agua, solo le miro a él.
Tiene el torso desnudo y se le marcan sus abdominales tan trabajados. Sus brazos están fuertes y sus piernas también, es un chico atlético. Sus ojos se ven desde debajo del agua, borrosos, pero ese color tan oscuro es imposible de no ver. Esboza una sonrisa, se están riendo entre ellos. Oigo su risa en mi cabeza y continuo observando su sonrisa, me encanta.
Me deslizo bajo el agua y salgo por el extremo opuesto de la piscina sigilosamente. Todos están hablando muy cerca del borde, así que me acerco por detrás y le empujo al agua. Mueve los brazos y cae sin remedio seguido de las risas de los demás. Me doy la vuelta para reírme a gusto cuando siento que alguien tira de mí hacia detrás. Pierdo totalmente el equilibrio y caigo al agua yo también. Cuando saco la cabeza fuera del agua resoplo con el pelo revuelto al ver que todos se está riendo más aún.
Me quedo mirando su pelo despeinado, su sonrisa y oyendo su risa durante dos segundos antes de salir de nuevo fuera del agua para reírme con ellos. Cuando conseguimos que todos se metan en la piscina comenzamos a hacer carreras de relevos.
Desde pequeña me ha encantado nadar, así que soy una excelente nadadora. Hacemos dos equipos, me toca competir contra él.
Comienzan a nadar los primeros y la competición está muy igualada. Al dar el relevo salen los segundos y ganamos un poco de ventaja con respecto al otro grupo. Los que estamos esperando nuestro turno gritamos y aplaudimos para animar a los nadadores. En la tercera tanda se vuelven a igualar los puestos, ya solo quedamos por nadar él y yo.
En cuanto mi compañera toca el bordillo me lanzo al agua con estilo y me deslizo bajo ella unos instantes. Cuando asomo la cabeza él ya está nadando. Mis brazos cortan la pequeñas olas que se han formado y sigo deslizándome. Tocamos a la vez el bordillo, solo falta volver y no voy a permitir que me gane. Me mira con cara de odio segundos después de lanzarnos al último largo como desesperados con tal de ganar. Ya no es un juego, ya es una competición entre los dos. Continuamos nadando y se pone súper cerca de mí para desafiarme. “¿Con que esas tenemos eh?-pienso” , y en vez de alejarme me acerco más para molestar. Cuando llegamos al bordillo todavía estamos pegado el uno al otro y sin parar de nadar. Tocamos a la vez y nos giramos para mira la cara del otro. Estamos a centímetros de distancia, nada más. El se acerca un poco…”

-Es tu turno – Me dice la dentista.
Yo vuelvo a la sala de espera y me levanto para entrar en la consulta. Cuando estoy caminando por el estrecho pasillo sonrío, al final no me he aburrido tanto en la sala de espera…